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lunes, 19 de marzo de 2012

Soplo de hojas


…Y, de repente, pensó en rememorar aquellos tiempos que no eran tiempos, un carrusel ya enmarañado de tanto repetir su luctuoso recorrido. Cobijado por una lejanía insondable, absorto en la contemplación de aquellos parias que, al igual que el, dormitaban sobre la frontera, más allá del olvido.
Incapaz siquiera de estremecerse con el soplo del cierzo, el crujir de las ramas o el frio omnipresente.
Impávido ante tan vívido espectáculo, su alma cristalizada e insensible.
 —Hay que estar muerto, hasta enterrado, para no inmutarse ante tanta belleza—
Consiente estaba de encontrarse en aquellos limites, sumergido entre un nebuloso éter, fulgente y radiante, con la cabeza fija en el horizonte y el cuerpo atomizado entre hojas y semillas, arrulladas, levantadas, arrojadas de un soplo hasta donde termina vivir y comienza olvido.
—Aun en la tristeza me sentía vivo, sentía el escozor que producía en mis heridas, sentía sus insoslayables improntas sobre mi alma, ahora estoy más muerto que nunca—