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lunes, 16 de enero de 2012

Desazón

He aquí algo que escribí hace ya un tiempo, producto de uno de esos días en los que, tal y como hoy, quería pararlo todo, congelarme y olvidar, aunque fuese por un irrisorio lapso, el hecho de que perdí el meollo de mi vida, esa esencia que muchos dan por hecha, esa que irradian  quienes, al momento de confrontar lo absurdo de su realidad dicen:  "Por algo estamos aquí, todos tenemos un propósito", presuponen una esencia innata a su existencia y viven tranquilos, ojalá yo pudiese retornar a ese estado, pero indudablemente he pasado el punto de no retorno, el umbral en donde el porvenir deja de ser para siempre — o  mejor, hasta que llegue el momento de finar — un horizonte escueto. 
Ahora en cambio, es para mí un escabroso valle, con picos nevados y un abismo, en el cual, al borde del despeñadero se encuentra aquel , yo, postrado, con el viento en el rostro, con la mirada perdida, esperando a ese alguien que no llega.

La corriente que se mueve, que viaja por las intimidades del espacio, por el espacio de las intimidades, espacio de vida, espacio de imágenes, olores, recuerdos, nostalgias. Música, aquella inefable que transporta ese algo indeterminado, cuando toca las puertas del ser, evoca en él la vida, en su mente eclosionan , como de lo profundo de la hondonada, las tristezas y las alegrías, las nostalgias, los amores, el otro, el anhelar insatisfecho, el anhelar de hastío.

En sus límites, en sus singularidades, cada melodía tiene espacios; son las variaciones espacios infinitos, y es en ellos donde desemboca el torrente de vida, torrentes distintos en melodías únicas.

El espacio que acogió mi desazón: 



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